Los interesados en la industria del turismo solemos pasear por los destinos de Colombia con lupa en mano, por lo que encontramos con frecuencia esos detalles de lo que no debe ser y reflexionamos sobre lo urgente, la importancia de crear una cultura de servicio y una conciencia colectiva.
Estuve la Semana Santa en San Bernardo del Viento que, como muchos otros lugares, comienza a vivir el éxito del turismo y, al mismo tiempo, a padecer los sinsabores del éxito súbito y a sufrir algunos de esos males.
Llaman la atención, por ejemplo, las fiestas en las casas flotantes. Embarcaciones rudimentarias con capacidad para no más de 30 personas, pero que en medio del jolgorio pueden tener el doble de ocupación o más, inclusive niños. Hay que tomar cartas en el asunto para garantizar el cumplimento de las normas de seguridad, sanidad y convivencia.
En la isla de San Bernardo se aglomeran lanchas de las que desembarcan decenas de turistas y se acumulan hasta 70 sin restricción alguna ni consideración sobre la carga que soporta el lugar.
O un bar en medio de un manglar devastado que pone a retumbar música electrónica desde las seis de la tarde, y hasta que dé el cuerpo, y que según algunos lugareños es un espacio para drogas. La población local debe tener conciencia de que no todo vale para ganar dinero; hay que cuidar el recurso para que no se acabe.
Evitemos la maldición del turismo súbito, donde municipios emergentes y pequeños caseríos reciben, de la noche a la mañana, una carga excesiva de demanda sin contar con servicios adecuados, como Taganga, que fue un pueblo aislado de pescadores y que, con el tiempo, se transformó en un referente de fiesta para extranjeros que buscan algo más que simple ocio.
A nuestros destinos llegan cada día más turistas, en algunos sitios la demanda ya está desbordada, con la tendencia a aumentar año tras año, lo que hace más imperativo el trabajo articulado entre todos los eslabones de la cadena, desde los pequeños prestadores de servicios hasta los grandes empresarios, desde las comunidades locales y autoridades regionales hasta los gremios y el Gobierno Nacional.
Urge fortalecer las brigadas por la formalización, que se cumplan las normas de movilidad, el control en la venta de alimentos y de los sitios nocturnos. Hay cierta tendencia a la permisividad. Y no basta con el gran esfuerzo y la buena voluntad de la Policía Nacional. Los propios turistas deben ser veedores, contribuir a que no haya abusos, a que los destinos mejoren.
Para eso, necesitamos de una estrategia integral contra la informalidad y buena planificación para evitar el turismo masivo y depredador. Que los establecimientos tengan registro de turismo, sean capacitados y conozcan las ventajas y beneficios de la formalidad, como el acceso al crédito, los programas de bilingüismo y la promoción.
Como sin prevención no hay paraíso, es preciso definir la frontera entre lo sostenible y lo tolerable, hallar el sentido común para un turismo que propicie el desarrollo, pero también la sustentabilidad, la conservación y la conciencia colectiva de preservación y cultura ciudadana.
El turismo genera sostenibilidad y la sostenibilidad genera turismo, solo el equilibrio entre los dos dará frutos para un país como Colombia que tiene el privilegio de la diversidad, pero que debe desarrollarlo casi desde cero, con todos los actores articulados para garantizar un turismo para siempre.
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