El problema no es el turismo per se, es la falta de normas, de servicios y de claridad sobre qué se quiere
En la pasada temporada vacacional quedaron evidentes dos situaciones en la costa Caribe que merecieron la atención de la prensa nacional: la masiva llegada de turistas a las estupendas playas del pequeño poblado guajiro de Palomino y la emergencia sanitaria en El Rodadero de Santa Marta por el desbordamiento de aguas negras.
Los que conocimos Palomino de muchos años atrás, sus solitarias arenas blancas en la más estrecha distancia entre el mar y la Sierra Nevada, sabíamos de su potencial, lamentábamos que estuviera en medio del fuego cruzado del conflicto y fuera tierra fértil para el contrabando.
Palomino y sus alrededores, tierra de kogis y arhuacos, cuenta con los atractivos que la mayoría de los visitantes buscan: un ecoturismo de sol y playa, belleza natural, cultura ancestral, montañas, aventura, avistamiento de aves. Y, como si fuera poco, es la entrada a la Guajira, la región con mayor potencial turístico de Colombia en el largo plazo.
El inusitado aumento de turistas en diciembre y enero dejó expuesta a Palomino a sus mayores deficiencias: falta de infraestructura y de un ordenamiento territorial preventivo, desorden en la coordinación interinstitucional, manejo inadecuado de la playa, erosión, contaminación del río y escasa seguridad.
El pueblo no cuenta con alcantarillado, el acueducto apenas se está proyectando, la energía eléctrica es intermitente, los pozos sépticos mal diseñados y hechos de forma rudimentaria contaminan los acuíferos y los negocios informales ya superan a los registros autorizados.
Entre 2010 y 2016 el flujo de visitantes extranjeros a La Guajira creció 282%, según información de Migración Colombia y del Ministerio de Comercio, Industria y Turismo. Comparados los primeros cuatro meses de 2010 con el mismo periodo de 2017 el aumento fue de 396% (de 2.065 a 10.256).
Este auge no se detendrá y quisiéramos que no se detenga, ya que el turismo construye desarrollo y prosperidad. Debemos organizarlo para que este corregimiento sea un ejemplo de cómo la paz transforma.
El problema no es el turismo per se, es la falta de normas, de servicios, de claridad sobre qué se quiere recibir. El turismo genera y distribuye riqueza, pero hay que crear las condiciones idóneas (salud, educación, servicios básicos, seguridad y una oferta atractiva), además de una administración responsable para que sea sostenible.
Si no se toman medidas, con el tiempo habremos enfermado ese destino de los mismos males de otros lugares que surgieron en medio del desorden de la euforia, como El Rodadero.
Por casi medio siglo El Rodadero ha sido uno de los principales referentes del turismo nacional. A apenas 5 kilómetros del centro de Santa Marta era un paraje natural, solitario y silvestre cuando en 1954 el general Rafael Hernández Pardo, entonces gobernador, comenzó la construcción de la carretera por el Cerro Ziruma.
Como no hubo planeación tampoco se tomaron las debidas precauciones ni se garantizó la adecuada infraestructura para los servicios básicos, el manejo de aguas terminó en un desastre, sin líquido potable y con los residuos putrefactos sobre el pavimento.
Basta con aproximarse a la cabecera urbana del balneario para percibir hotelería informal, la proliferación de vendedores ambulantes, el ambiente pesado del tráfico, la informalidad.
Trabajemos por Palomino, para que no se nos vaya hacia El Rodadero.
Lea la columna publicada en La República haciendo clic aquí