Que la sociedad señale y repudie los desmanes o las indelicadezas de sus ciudadanos debe considerarse una sana práctica para recordar que hay fronteras éticas y morales que no se pueden traspasar, ni por arrogancia, ni por chiste. Pero esta debe hacerse con respeto, mesura y sin odio, porque, de lo contrario, terminará siendo igual que la falta.
Los últimos días han estado abundantes de ejemplos de ese tipo de prácticas, como el del contratista de obras que ridiculiza en Rusia a unas aficionadas japonesas de buena fe que pretendían ser simpáticas, o el ejecutivo de una aerolínea y sus amigos orgullosos de haber ingresado licor al estadio oculto en unos binoculares falsos.
Hace unos días se publicó que, mediante una tutela, padres de estudiantes de un colegio de Barranquilla lograron que sus hijos tuvieran una ceremonia de grado que el colegio había suspendido al comprobar un fraude en unas pruebas, o los que pagaron por los exámenes de admisión en la Universidad del Magdalena. ¿Qué ejemplo están dando a sus hijos? En estos casos la sanción debería ser social y legal y no quede como una anécdota de la cultura del vivo, o una muestra tropical de que el fin justifica los medios.
Y no es un asunto de colombianos, sucede en muchos lugares, aunque las sanciones sociales son más severas en países desarrollados donde hace mucho tiempo dejó de ser un chiste burlarse en público o en privado de los defectos ajenos, donde es mal vista la homofobia o la discriminación, donde se cuida con mucho celo el respeto a la mujer y son criticados los comentarios machistas.
Tal vez por eso a las jóvenes japonesas pensaban que el hombre que les hacía llamarse a sí mismas “perras”, y se carcajeaba complacido, lo hacía por su gracia o por su acento y no porque las estaba poniendo en ridículo.
Que unos ejecutivos con estudios superiores y buenos puestos se excusen con la disculpa de que “fueron los tragos”, es casi infantil. Que personajes con la suerte de tener parientes poderosos, o poderosos que se creen dueños de sus mundos, o padres de familia que pueden saltarse la buena fe institucional con tutelas o artimañas consideren que es normal hacerlo y que lo justifiquen, es triste y denota la falta de una formación moral adecuada y una cultura ciudadana que la respalde.
Necesitamos una sociedad que sancione, que rechace la corrupción, la falta de respeto, el desamor por los valores; que condene esa tendencia a buscar el atajo, a saltarse la norma, aunque -y eso es muy importante- hay que hacerlo con respeto, con mesura, sin odio.
Hay que crear y construir sobre valores, que logremos que la misma sociedad se autorregule y trabaje por el bien común. Que un padre, en lugar de sancionar a su hijo expulsado del colegio por haber cometido acciones indebidas busque resolver su infracción con tutelas para su reintegro, deja una muy mala señal también para sus compañeros y la certeza de todos de que hay caminos alternos para burlar las normas.
Hoy la sociedad tiene un problema muy grave con su juventud, expuesta como nunca antes a los excesos, al consumo desmedido de alcohol y de drogas, prácticas que se potencian cuando salen de su entorno o viajan de turismo. En Europa se están tomando medidas contra lo que se ha denominado “turismo borrachera”, jóvenes que pasan los días bebiendo y usando drogas, protagonizando escándalos callejeros, exponiendo su vida.
No se trata de ser aguafiestas, pero debemos buscar correctivos en la educación formal, en la formación familiar, con sanción social justa y con respeto. Y dar ejemplo.
Lea la columna aquí