Como los títulos de la columna deben ser cortos, no me alcanzó para titular que además de turistas veedores (fiscalizadores y comprometidos), de empresarios responsables (y legalizados debidamente), necesitamos autoridades que den garrote y zanahoria, firmes pero generosos, y además de una comunidad consciente, capacitada e integrada al nuevo sistema del turismo.
Colombia, por su momento histórico de paz, por su riqueza cultural y biodiversidad, por su renacer turístico, está llamada a ejercer un liderazgo regional, ser la abanderada del turismo ecológico y sostenible, un turismo que trabaje de la mano con las comunidades y posicionarse como un destino de innovación y emprendimiento.
Tenemos la doble urgencia de que el turismo sea un vehículo para la reconciliación y la reinserción y a la vez motor de desarrollo regional, por lo que debemos esforzarnos por construir ideas novedosas, diferentes, responsables dentro de los corredores turísticos, una buena red de prestadores de servicios formales, capacitados, bien asesorados, y después hacer la promoción adecuada para prevenir avalanchas descontroladas, contaminantes y destructivas.
Comparto el entusiasmo publicado en diferentes medios respecto a las posibilidades del turismo como contrafuerte al estancamiento económico -derivado de la crisis internacional de los hidrocarburos y el bajo precio de las materias primas-, y también comparto la preocupación de otros por la llegada desorganizada de turistas a los santuarios ecológicos del país.
Ahí si como dicen, “ni tanto que queme al santo, ni tan poco que no lo alumbre. Lo que nos manda la lógica no es rechazar a los turistas, sino generar las condiciones propicias para que vengan y nos dejen sus divisas.
Los ecosistemas frágiles son los más vulnerables, por eso el trabajo que hicimos en la Macarena es emblemático, pues se integró a la comunidad, se dejaron las acciones para construir senderos, con señalización y buenas prácticas para la recolección de desechos y su tratamiento ecológico.
Se deben incrementar las brigadas por la formalización, ser más rigurosos con el cumplimiento de la ley por parte de las autoridades locales y propiciar el trabajo mancomunado entre los ministerios, las entidades ambientales, los gremios, las regiones y las comunidades.
Por ejemplo, gracias a las brigadas desarrolladas entre mayo de 2016 y agosto de 2017, se visitaron más de 8.000 establecimientos, se cerraron 645 y se intervinieron otros 2.084 en 44 municipios de 14 departamentos. Tenemos que sancionar, no podemos ser laxos ni prolongar la tolerancia.
Hemos avanzado mucho pero no podemos bajar la guardia, tenemos que combinar rigor, capacitación y coordinación para que el turista tenga los parámetros claros, la seguridad necesaria y la infraestructura requerida.
Para que la industria turística sea fuente de desarrollo y de preservación necesita del esfuerzo colectivo, de la intervención del Estado, de la fuerza empresarial y del habitante local capacitado.
Darles a nuestros destinos un encanto nuevo, atractivo, diferenciado, hacerlos sostenibles y evitar expectativas desbordadas que superen la capacidad instalada y la fragilidad de los ecosistemas.
Buena planeación y políticas adecuadas hará que tengamos un turismo para siempre, protegido contra la minería ilegal, la ganadería indiscriminada, los cultivos ilícitos y del turista irresponsable.
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