¿A quién debemos honrar?

¿Qué tan merecido tienen su puesto en las plazas públicas los conquistadores, próceres, revolucionarios o benefactores? La respuesta depende de quién los juzgue y a qué bando pertenecieron sus ancestros. La escultura de bronce de Rodrigo de Bastidas en el camellón de la bahía de Santa Marta reconoce los méritos del fundador, pero también recuerdan el sufrimiento de los pueblos nativos.

¿Merecía Tirofijo un monumento en Venezuela como el que mandó a levantar Hugo Chávez? Quienes la derribaron después pensaban que no, y para los colombianos fue una afrenta, una provocación. Imaginen si apareciera exhibido en una urna el trapo rojo del legendario guerrillero que durante décadas mantuvo al país en guerra permanente.

Más allá de la discusión sobre los monumentos, la cuestión central es si estos representan los principios de un país, en este caso Colombia. ¿Qué significado tienen para las siguientes generaciones la presencia de estas figuras históricas?

Para construir una nación verdaderamente unida y coherente, es fundamental que los monumentos y reconocimientos reflejen los principios que rigen nuestro país, como la justicia, la igualdad, la libertad, la democracia y la paz. Estos valores no solo establecen un marco legal y social, sino que también reflejan las aspiraciones colectivas de nuestra comunidad.

Los monumentos juegan un papel crucial en la sociedad al servir como símbolos y recordatorios de los valores que una comunidad decide honrar y preservar. Sin embargo, es vital que reflejen el verdadero espíritu de convivencia, justicia, equidad e inclusión.

A nuestros hijos hay que enseñarles que la guerra no se vale, y más bien, que las personas que merecen los monumentos son las que nos enseñaron a ser mejores, a cuidar los valores y a trabajar bajo el concepto de buenos ciudadanos. Los que lo merecen son hombres y mujeres que hicieron un aporte significativo a la sociedad y que nos recuerdan que ser grandes y generosos vale la pena.

Si se trata de exaltar a colombianos bien intencionados, por fortuna en nuestras regiones hay miles de personas que con bajo perfil contribuyen a tener mejores comunidades, que le apuestan a la convivencia, resiliencia y optimismo, que se remangan la camisa para hacer el bien aún en medio de sus adversidades y no por ello cruzan la línea ética para incurrir en acciones por fuera de la ley.

Honrar hechos o personas que han utilizado la violencia de cualquier tipo y por cualquier razón deberían quedar excluidos de entrar a los libros de historia con la misma relevancia que quienes defendieron la paz, la convivencia y la prosperidad. No puede ser igual quien defiende el bien común a quien es un delincuente y genera muertes.

Es esencial transmitir la historia con veracidad y de la manera más objetiva posible, no solo porque algunas personas se destacaron por sus acciones, sino también para recordar que hay obras para replicar y sucesos para olvidar. Como dice la frase atribuida al escritor español George Santayana: “Quien no conoce su historia está condenado a repetirla”.

Nuestros principios deben fortalecerse y resaltarse permanentemente para lograr que haya más personas dignas de monumentos, más ciudadanos comprometidos con el servicio público, con las obras sociales, y con el desarrollo armónico de la nación.

Publicada en La República, disponible aquí