Nuevos paradigmas

Una cosa está clara: el virus que puso a la humanidad en confinamiento permanecerá en el aire, como la gripe y otros males infectocontagiosos. En la medida que conozcamos la enfermedad, aprendamos a convivir con ella e incorporemos a nuestras costumbres hábitos de bioseguridad y un autocuidado más riguroso iremos progresivamente hacia la normalidad, que no se construye por decreto, sino con nuestro comportamiento y conciencia cotidiana.

Entre las muchas enseñanzas que ha dejado esta calamidad universal hay dos que exigen nuestra pronta atención y soluciones rápidas y contundentes. Una, que las relaciones laborales expandieron los conceptos de trabajo en casa y/o remoto, lo que hace imperativo que la ley defina bien las nuevas reglas del juego. La segunda es que el modelo educativo merece una revisión para ajustarlo a las nuevas realidades.

Hay una tendencia significativa a preferir el trabajo remoto que regresar a los puestos de trabajo, sobre todo entre quienes consideran que sus labores se pueden desempeñar a distancia con igual eficiencia.

Se calcula que el 70% de la población vive en áreas urbanas, lo que genera mayor resistencia al regreso a las oficinas, que va más allá que el simple temor al contagio y está relacionado con factores de bienestar, como el ahorro en los gastos de transporte y de alimentación fuera de casa, evitar las horas perdidas y el estrés por las pésimas condiciones de movilidad, la libertad a regular con cierta independencia su carga de trabajo y al mismo tiempo la posibilidad de construir la rutina con un entorno más a su gusto.

Eso sumado a que existen las herramientas tecnológicas para cumplir con los compromisos. Pero, cuidado, una cosa es tener opciones en la modalidad de trabajo, y que se puedan examinar caso por caso, y otra muy diferente cambiar el relacionamiento personal por el aislamiento digital.

Como en la educación, la convivencia laboral hace parte del crecimiento personal y no habrá tecnología que supla la experiencia de la interacción presencial.

Y así como el mundo laboral hoy se hace muchas preguntas frente a la nueva realidad y cada uno de nosotros se acoplará a ella, también en la educación los especialistas han planteado inquietudes sobre cuál sería el modelo idóneo para aplicar en adelante.

Además de las limitaciones de conectividad para los alumnos de colegios públicos, la educación no es igual a través de un computador. Los niños necesitan un espacio que les permita concentrarse, estar en contacto con sus pares, interactuar y socializar.

La sociedad reclama un ciudadano funcional, emocional, creativo y crítico, dotado de las habilidades necesarias para adaptarse al constante cambio del mundo en el que vivirá, para brindar soluciones a problemas reales. Esto no se logra detrás de una pantalla.

La tecnología debe darle acceso a quienes no tienen posibilidades de tener una educación formal, pero no debe ser la norma. Desde la infinidad de sitios web, canales y plataformas hay información fundamental para aprender e informarse y eso será determinante en el desarrollo económico, sin debilitar la estructura del aula de clase, de los amigos, los compañeros, la convivencia. Todo eso parte del desarrollo humano.

La virtualidad es una opción, un complemento. Lograr el equilibrio es el reto, recuperar la convivencia, entender los nuevos paradigmas y no resignarnos al aislamiento digital.

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