A medida que se acercan las elecciones colombianas se comienzan a percibir con mayor énfasis las tres “P” a las que se refiere Moisés Naím en su último libro “La revancha del poder”: populismo, polarización y posverdad. Muchos ciudadanos, incluso empresarios, seducidos por promesas imposibles, ven con buenos ojos, o al menos con un silencio obsequioso, trucos, tácticas y estrategias con las que algunos políticos conquistan las intenciones de último momento. Tenemos que votar a consciencia y evitar los coqueteos convenientes que crecen como espuma a medida que aparecen las encuestas, porque ya bastante experiencia internacional conocemos de cómo terminan en saco roto las ilusiones fortuitas de los falsos profetas, y de cómo los corderitos que corren en manada acaban en el matadero víctimas de su propia ingenuidad.
Dice Naím que quien practica el populismo es capaz de usar cualquier ideología y adaptarla, con el mensaje de que representa a un pueblo noble explotado por una élite depredadora y abusiva, presentándose como el salvador de la patria para obtener el poder de “darle al pueblo lo que es del pueblo”.
Entonces aparece la otra P, la de la polarización, con la finalidad de amplificar las discordias sociales, las ideológicas, las generacionales, las religiosas o de cualquier índole siempre y cuando sirvan para exaltar las pasiones y profundizar los odios. Para ello utilizan la tercera P, la de la posverdad, una excelente herramienta para engañar y ensanchar las grietas de la sociedad.
Cuesta ver la facilidad con la que se suben al barco del populismo los oportunistas de última hora, pasajeros de tercera clase que necesitan salvar sus egoístas intereses particulares sin importar qué pueda pasar con el destino del resto de sus compatriotas.
Y los hay de todas las clases y de todos los pelajes, al final nuestra cultura ha priorizado la picaresca sobre el sentido común, admira al avivato y siente pesar por el solidario. Por eso resulta casi candoroso hablar de consolidación de la democracia, de valores, de ética y del bien común.
Hablar y prometer proyectos inviables que nunca aparecen, se esfuman o se extravían es deporte nacional, amenazar con torpedear lo que se ha hecho es una manía de odio incomprensible, aunque más que incomprensible resulta irresponsable si se trata de proyectos de gran envergadura. Y así resulte un poco fuera de tono no debemos desistir de insistir en que es con el sufragio que el ciudadano y la sociedad tienen la oportunidad de imponer correctivos por encima de una clase política que perdió el rumbo, es hora de ver el proceso electoral como la oportunidad para transformar, para trascender y para darle prioridad al concepto de Estado y seleccionar verdaderos líderes, estadistas que no piensen en el presente de ellos sino en el futuro de las generaciones venideras.
Es momento de quitarle las cortesías al populismo y contribuir al devenir democrático de Colombia. Los resultados electorales serán determinantes para el fortalecimiento institucional del estado, estamos en la obligación de ser implacables contra el engaño, rechazar el populismo en todas sus formas y hacer un urgente llamado a los sectores sociales y empresariales que fácilmente se dejan cautivar y cortejar por los encantadores de serpientes, de aquellos que cuando obtienen sus propósitos se transforman en verdugos de los derechos ciudadanos y de la democracia.
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