El mejor regalo de este encierro es haber tenido el tiempo y la posibilidad de descubrir lo que realmente es importante para nosotros, de valorar el mundo que tenemos y la injerencia negativa que estamos haciendo, de ponderar que la felicidad no depende de lo que tenemos sino de lo que somos, de fortalecer el espíritu de solidaridad, de comprender que ante un enemigo invisible tan poderoso todos somos igual de vulnerables.
Un enemigo que nos separó, nos aisló, nos encerró a merced de la tecnología, en una soledad social que cada día se va sintiendo con más intensidad, semana a semana, mientras, impotentes, pero optimistas, hacemos lo que está a nuestro alcance para que la espera no nos desaliente y mantengamos la fuerza y el entusiasmo necesarios para vencer la pandemia y recomenzar la lucha por el bienestar de la humanidad con ánimos renovados y una lección aprendida.
Para entonces, muchas cosas habrán cambiado. Tengo la sensación de que cuando nos reencontremos con la rutina fuera de casa muchas de nuestras prioridades habrán cambiado y estaremos frente a la obligación de revisar los procesos productivos, los hábitos alimenticios, la salud y la educación y de preocuparnos de manera más propositiva y sincera por el desequilibrio social, la inequidad y la marginación.
El Covid-19 nos demostró que no hay fronteras, que los trazos caprichosos que forzaron las guerras solo nos separan, alimentan la desconfianza, y difícilmente eso va a cambiar en la dimensión de los países, aunque algo podemos hacer en el entorno personal. Las ganancias que lograremos de este confinamiento no pueden ser flor de un día, ni olvidarse sin antes haber hecho cambios positivos.
No es la primera pandemia ni será la última. Y como el cuento más corto del mundo del guatemalteco Augusto Monterroso que dice “cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”, cuando salgamos del aislamiento el coronavirus todavía estará ahí, por lo que el regreso debe ser paulatino y cuidadoso para evitar que un descuido nos lleve a los tiempos de la peste negra que en el siglo XIV acabó con un tercio de la población, o la española, que en 1918 mató a cincuenta millones de personas.
Varios pensadores, científicos y líderes mundiales nos han alertado sobre la inaplazable necesidad de revisar los modelos de desarrollo y fortalecer los sistemas sanitarios. Bill Gates y Barack Obama, los más mediáticos, lo advirtieron hace un lustro. Hoy estamos mirando por la ventana de nuestras casas a la espera de que esto termine.
Mientras, como lo dijo desde su confinamiento el actor y productor Matthew McConaughey, hay una luz verde al otro lado de esta luz roja en la que estamos ahora, y esa luz verde se construirá sobre los valores de equidad, amabilidad, responsabilidad, resiliencia, respeto y coraje.
A diferencia de las otras pandemias, hoy tenemos un mundo digital y un desarrollo científico que nos permiten trabajar desde casa y no estar en la calle expuestos y muriendo sin saber por qué, suponiendo que es un castigo de los dioses. Eso sí, es una alerta planetaria de que hay mucho por corregir y un desafío inaplazable para hacer de este mundo un mejor lugar para vivir con dignidad, que antes de retornar a la normalidad hay que tomar decisiones trascendentales, hacer lo correcto, actuar basados en la justicia, en el equilibrio de los derechos de todos, pues si algo nos enseñó esta crisis es que todos dependemos de todos.
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