res hechos de reciente publicación me llamaron poderosa y positivamente la atención. El contundente discurso de un empresario en el Consejo de Competitividad de Colombia, la sorpresiva carta de 400 multimillonarios estadounidenses al Congreso de su país y el premio como mejor profesor del mundo a un innovador ghanés.
Tres situaciones que reflejan circunstancias diferentes, pero que confluyen en un mensaje sobre el sentido del deber, sobre el papel que tenemos todos en la construcción de una sociedad sólida y solidaria, de no quedarnos en las palabras, de actuar más y predicar menos.
El presidente de Promigas, Antonio Celia, les reclamó a sus compatriotas que dejen la quejadera y valoren la fortuna de vivir el mejor momento de la historia nacional. Hizo un extenso análisis comparativo de la evolución económica y social de Colombia, y dijo que hoy tenemos la tasa de homicidios más baja de los últimos 40 años, el menor desempleo en los últimos 20, con cinco millones de personas que salieron de la pobreza en la última década, y, como si fuera poco, las Farc, nuestro gran enemigo durante medio siglo, hoy se abre espacio político en la democracia victoriosa.
Antonio Celia critica la lucha “reactiva, casi histérica, mediática e ineficaz” contra la corrupción, y sostiene que ese desafío debería construirse sobre un nuevo sentido moral, con ética, fundamentada en la sicología y otras ciencias para persuadir y modificar conductas. Además, un Estado cercano al ciudadano.
El segundo hecho fue la respuesta de 400 de los más ricos estadounidenses a la propuesta fiscal del presidente Trump. Piden que no les reduzcan los impuestos, afirman que esa reforma favorecerá la desigualdad y aumentará la deuda, y aseguran que la manera de crear más trabajos de calidad y fortalecer la economía no es dar más a los que más tienen, sino trabajar bien por su nación, por su gente, en salud, en medicamentos, en protección ambiental, en investigación.
El tercer caso es el de Patrick Awuah, quien hizo fortuna como desarrollador de Microsoft y líder de la primera universidad africana fundamentada en la ética, el pensamiento correcto, la innovación con respeto y el éxito sin trampas. Logró, a través de sus acciones, reflejar la importancia de un cambio cultural, demostrar que la educación puede acabar con malas decisiones políticas que produjeron pobreza, conflictos, corrupción y democracias frágiles y vulnerables.
Cosas tan sencillas como el compromiso de no copiar en los exámenes, o no mentir, o ser equitativo y justo, o aprender a pensar por sí mismos, hacen parte fundamental del proyecto educativo que, además de las cuestiones técnicas, fomenta el pensamiento crítico y procura separar la información relevante de la irrelevante, a cuestionar lo establecido, a respetar las opiniones contrarias.
Leía todo esto en medio de las avalanchas de denuncias y desafueros por corrupción en Colombia, y después de un noticiero saturado de malas noticias, videos callejeros y cámaras de seguridad.
Estamos frente al imperativo de generar cultura ciudadana, promover una educación básica que priorice la reflexión sobre la memoria, el comportamiento sobre la individualidad, la sensatez sobre la malacia, el respeto sobre el oportunismo.
Qué generaciones nos esperan si nuestros niños ven casi con naturalidad las mentiras piadosas, saltarse la fila de los carros, evadir impuestos, pagar trámites para evitar gestiones demoradas, hacer caso omiso de las normas y defenderse con el famoso ‘usted no sabe quién soy yo’. Así nunca lo vamos a lograr.
Ni tampoco con represión. Cada día tenemos nuevos controles de supervisión, más rigor contra la ilegalidad y se ha formado una montaña de regulaciones, prohibiciones y obstáculos que asfixian el buen vivir, el trabajar con productividad, el desarrollo armónico de la sociedad.
Pongamos un alto en el camino, cambiemos la cultura para la próxima generación, que solo se logra con el ejemplo de los padres, de los adultos. Enseñemos con nuestro comportamiento, no basta decir que hay que hacerlo bien, hay que proceder en consecuencia, que sus acciones reflejen las palabras.
Hay que dejar de hablar y comenzar a demostrar. Que tengamos sanciones morales y sociales que contrarresten las malas acciones, es un desafío que nuestros líderes, gestores, profesores, todos los adultos en Colombia deben reflejar con más hechos y menos palabras.
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