El nuevo presidente de Estados Unidos, Joe Biden, ha llegado al puesto más importante del planeta con un mensaje conciliador y un apelo a superar las diferencias como punto de partida para gobernar. Lo hizo en un homenaje a las víctimas de la pandemia, sin el afán de echar leña al fuego por la supuesta inacción de la administración saliente, sino por el contrario, para sanar las heridas que han quedado y comenzar una nueva época de paz y progreso.
También la vicepresidenta, Kamala Harris, confió en que el país pueda emerger de la pandemia con una “nueva sabiduría”, que permita apreciar los momentos simples, imaginar nuevas posibilidades y abrir los corazones: “durante muchos meses nos hemos afligido por nosotros mismos. Esta noche nos afligimos y comenzamos a sanar juntos”.
Es un llamado para los estadounidenses y también para las demás naciones, para buscar una reconciliación verdadera, superar las diferencias, reemprender la búsqueda por el bienestar común y despojarnos de nuestros egoísmos mezquinos.
Es muy alentador y oportuno que la pareja que gobernará la mayor potencia mundial durante los próximos cuatro años llegue con un ramo de olivos en sus manos, una actitud tan positiva que debemos trasladarla a países como el nuestro, donde tenemos pendiente sanar tantas heridas, continuar con el proceso de paz y reconciliación, no solo con los grupos armados, también entre nosotros, acabar con los odios políticos y sociales, buscar soluciones entre todos para hacer de nuestra nación un territorio libre de resentimientos y listo para una nueva era, la era de la pospandemia, una oportunidad para vivir en unión y en paz.
Muchos teníamos la ilusión de que este 2021 fuera un año diferente tras confirmar que somos vulnerables como especie y, aunque en los tiempos modernos, gracias a los avances tecnológicos, estamos en capacidad de neutralizarla con relativa rapidez, un campanazo de advertencia ha sonado y parece que no lo hemos escuchado.
Es indispensable que superemos la diferencias, que cuidemos nuestra democracia, nuestras instituciones, nuestras empresas, el planeta, revisar los modelos de desarrollo, revertir el excesivo desgaste de los recursos y replantear los valores sociales fundamentados en la satisfacción de momento, en el placer físico, en acumular sin límite, en hacer la vida fácil e ir por los atajos para eludir las responsabilidades.
Entramos en un año de campaña electoral. Ojalá los colombianos sepamos escoger a nuestros líderes basados en que necesitamos crear oportunidades y no divisiones, más diálogo y menos populismo, más equidad e inclusión, acciones claras en beneficio de todos no de unos pocos, impulsar la industria, fomentar la empresa, reducir la pobreza, avanzar con disciplina, sin descanso y con sentido social.
Necesitamos superar de una vez por todas la perversa influencia de las décadas del narcotráfico. Todas las personas que ejercen un liderazgo, por grande o pequeño que sea, tienen la obligación moral de recordar esta experiencia pandémica como el comienzo hacia una sociedad más justa. Los gobiernos, las empresas, los políticos, los maestros, los padres, todos tenemos en nuestras manos el futuro de las próximas generaciones. No es pedir demasiado: con un poco de cultura ciudadana, una actitud de paz y reconciliación, trabajo por el bienestar común y oportunidades podemos lograr grandes cosas.
Publicado en La República
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