Mundo de ilusiones

En tiempos electorales es normal que para tener adeptos se dé rienda suelta a la creatividad y por ende a promesas sugestivas que llenan de ilusiones a los votantes, que nunca pierden la esperanza, ni tampoco cuentan con un instrumento de verificación para comprobar si lo que se promete es probable, o al menos factible.

Ojalá existiera un detector de promesas incumplibles para que el electorado pudiera descartar a tiempo a los falsos “salvadores de la patria”, eliminar de manera fulminante esas propuestas engañosas y seductoras que despiertan interés, pero que son inviables o difícilmente ejecutables.

Además, el discurso oportunista del momento recoge la angustia colectiva que dejó la pandemia, manipula y distorsiona los reclamos de la juventud que salió a las calles para exigir educación, trabajo y oportunidades.

Ofrecer fáciles soluciones a las demandas sociales es irresponsable, pero, eso sí, bien canalizado el mensaje por el camino de la desinformación adquiere el poder de alterar la armonía institucional, desequilibrar las fuerzas económicas, debilitar el sistema productivo y profundizar los odios de clase.

Afortunadamente tenemos el espejo de Venezuela con todos sus desastres representados en dos millones de inmigrantes que comparten sus penas entre nosotros y que nos recuerdan todos los días el peligro de comprar la teoría de que la propiedad privada es inmoral y que hay que nacionalizar para lograr desarrollo.

Es importante que surjan buenas propuestas por la equidad, para el acceso a la salud, a la educación, a una justicia imparcial, a seguridad y empleo formal, pero inmersos en las reformas necesarias, para que el sistema, con transparencia y agilidad, sea el que les provea.

Y deben ser soluciones estructurales, permanentes, fundamentadas en los valores, el respeto mutuo y el trabajo conjunto. Y para lograrlo en el menor tiempo posible vamos a necesitar en el futuro muchos congresistas consecuentes y presidentes responsables.

En estas elecciones más que en otras estamos en peligro de caer en los brazos de las falsas ilusiones. Y es muy fácil trasmitir la sensación de que el país va mal porque los seres humanos somos inconformes y olvidadizos. Además, los líderes temen contar los aciertos porque son impopulares, cuando en realidad estamos mejor que hace una, dos o tres décadas.

Las encuestas que sondean el ánimo de la gente muestran que la mayoría de los colombianos cree que las cosas empeoran, pero cuando se les pregunta por su calidad de vida, casi la misma mayoría admite que está mejor que antes y también mejor de como vivieron sus padres. Las cifras muestran que hemos crecido y prosperado, que Colombia pasó de ser percibido como un estado inviable a un ejemplo mundial de recuperación y desarrollo, que hemos adquirido liderazgo regional y mejoramos los índices sociales.

Nos falta mucho, por supuesto, aunque eso no implica que debamos aceptar que los falsos profetas hablen del país como un estado fallido, que pongan más leña al fuego de la polarización y más odio ideológico en una sociedad que busca la paz definitiva.

La misma estructura institucional, los líderes de opinión, medios, entre otros, deben ayudar a los colombianos a reconocer lo bueno, a tener herramientas con información objetiva, equilibrada, sin posiciones personales, para escoger con conocimiento y sin caer en ese mundo de ilusiones del populismo oportunista.

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